Dos casas en la colina
En las afueras de un pequeño pueblo, vivían dos familias en colinas opuestas.
La familia Rivera vivía en una casa modesta. Daniel trabajaba como mecánico, y Marta, su esposa, educaba a sus hijos en casa. Sus ingresos eran limitados, y su hogar sencillo, pero su vida estaba llena de paz y gozo. Cada mañana se reunían alrededor de la mesa para leer la Palabra. Marta era callada pero sabia, y solía recordar a sus hijos las promesas de Dios cuando enfrentaban dificultades. Daniel les enseñaba a trabajar con esmero, a hablar con verdad y a caminar humildemente con Dios.
Sus hijos no eran perfectos, pero sí respetuosos, amables y curiosos por conocer más a Dios y a la vida. Recibían instrucción y corrección cada día. Cuando llegaban tiempos difíciles, los Rivera oraban. Y cuando no había mucho, aún así daban gracias. Su hogar no era rico en bienes, pero sí en amor, orden y paz.
En la colina de enfrente vivían los Castillo. Su casa era grande, moderna y lujosa. El señor Castillo había heredado una gran fortuna y dirigía un imperio empresarial. Pero en su casa, la paz era escasa. Las discusiones eran frecuentes, especialmente con los hijos. Su esposa, aunque elegante y bella por fuera, parecía lejana, insatisfecha, atrapada en las apariencias. Sus hijos lo tenían todo… excepto disciplina. Reinaba la confusión, la rebeldía y el vacío emocional. La risa en esa casa muchas veces era hueca.
Un día, un incendio arrasó con parte de la región. Muchas casas fueron dañadas. La propiedad de los Castillo fue una de las más afectadas, y por un tiempo tuvieron que vivir en un albergue temporal. La familia no supo cómo manejarse sin sus comodidades. Las tensiones se intensificaron.
Los Rivera también estuvieron en peligro, pero se tomaron de las manos y oraron. Su casa se convirtió en un refugio. Marta sirvió sopa caliente a los vecinos, y Daniel ayudó a limpiar los escombros de otros. La gente notó la diferencia. Uno de los hijos de los Castillo —cansado de los gritos en su hogar— comenzó a ir a la casa de los Rivera, simplemente para sentarse en el silencio y escuchar.
Reflexión:
Proverbios 19 nos recuerda lo que realmente tiene valor:
* Un carácter íntegro vale más que las riquezas.
* Una esposa prudente es un regalo del Señor.
* Los hijos necesitan corrección, no por enojo, sino por esperanza.
* El temor del Señor lleva a la vida, y quien lo posee descansará en paz.
La riqueza puede impresionar, pero la sabiduría transforma.
La herencia puede acabarse, pero la piedad deja un legado eterno.
Leer: Proverbios 19-21; Proverbios 9
¿Qué principio podemos aprender sobre la pereza de Proverbios 20?