Verdadera adoración
“…para aclamar y alabar a Jehová”.
1 Crónicas 25:3
En un tranquilo pueblo montañoso rodeado de pinos, había una pequeña iglesia. No era lujosa. La pintura se descascaraba de las paredes y los bancos crujían, pero la gente era sincera. O al menos, lo intentaban.
Cada domingo, el servicio comenzaba con música animada. Se alzaban las manos, se cantaba con fuerza y se cerraban los ojos en lo que parecía una adoración apasionada. Sin embargo, semana tras semana, el Pastor Elías salía del púlpito con la sensación de que algo faltaba, como si estuvieran cantando sobre de Dios, pero no a Él.
Una noche de sábado, abrumado por el sentido de que la iglesia estaba creciendo en emoción pero vacía en espíritu, el Pastor Elías entró solo al santuario. Abrió su Biblia en Juan 4:23-24:
“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”.
Lloró. “Señor,” oró, “enséñanos lo que significa adorarte, no solo con ruido o movimiento, sino en verdad”.
A la mañana siguiente, Elías se paró ante la congregación y confesó: “Hemos alabado con fuerza, pero no siempre hemos adorado con verdad. Hemos hecho de la adoración una cuestión de sentimientos en lugar de fe. De nosotros, en lugar de Él.”
Invitó a la iglesia a algo diferente.
Pasaron la siguiente semana preparándose. Ayunaron del entretenimiento. Meditaron en el carácter de Dios—Su santidad, Su misericordia, Su majestad. Estudiaron textos bíblicos sobre la adoración (Salmo 95, Isaías 6, Apocalipsis 4). Y oraron, no por una buena experiencia, sino por corazones que temblaran ante la presencia del Señor.
Cuando llegó el domingo, no hubo canto inicial.
En cambio, Elías leyó Isaías 6, donde el profeta ve al Señor alto y sublime, y clama: “¡Ay de mí!” La iglesia permaneció en silencio, reflexionando sobre la santidad de Dios y su propia indignidad. Luego, una sola voz comenzó a cantar: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso…”
Y algo cambió.
Las lágrimas fluían—no por una emoción exagerada, sino por una conciencia profunda, nacida del Espíritu, de la presencia de Dios. No hubo luces brillantes, ni oraciones en voz alta, ni espectáculo. Solo una congregación de personas quebrantadas elevando sus corazones a un Dios santo, humildes y transformadas.
Ese día, sucedió la adoración.
¿Y usted hoy? ¿A preparado su corazón de adorador Quien es Dios hoy?
Video de hoy: https://youtu.be/dr7HtV7N67E
Leer: 1 Crónicas 23-25; Proverbios 25
De todos los nombres en estos capítulos, ¿cuál le gusta más?