El Dios que cuida de Sus ovejas

"¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar a las ovejas?"

Ezequiel 34:2


Las ovejas son animales indefensos. Necesitan dirección porque no saben encontrar por sí mismas los pastos ni el agua. Necesitan protección porque son vulnerables al ataque de los depredadores. Necesitan cuidado porque, si se lastiman, no tienen la capacidad de curarse solas. Y, sobre todo, necesitan amor. Sin un pastor fiel, las ovejas inevitablemente se pierden, se debilitan o mueren.


En Ezequiel 34, Dios denuncia a los pastores de Israel —los líderes espirituales y políticos de la nación— porque habían olvidado esta responsabilidad. En vez de cuidar al rebaño, se cuidaban a sí mismos. Se alimentaban de la lana, de la leche, de los beneficios, pero las ovejas estaban dispersas, heridas y olvidadas. Dios resume el fracaso con una frase dolorosa: "No fortalecisteis a las débiles, ni curasteis a la enferma, no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil a la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia" (v. 4).


¡Qué imagen tan fuerte! Las ovejas hambrientas, maltratadas, buscando alimento, mientras los pastores se preocupaban solo por sus propios estómagos. El corazón de Dios se duele al ver a Su pueblo abandonado.


En medio de este fracaso, resplandece una promesa gloriosa: "Yo mismo buscaré mis ovejas y las reconoceré... Yo las sacaré de los pueblos, y las recogeré de las tierras; las traeré a su propia tierra, y las apacentaré..." (v. 11-13).


Cuando los líderes fallan, Dios no abandona a Sus hijos. Él mismo se levanta como el Pastor perfecto que busca, reúne, alimenta y sana a Su rebaño. Y esta promesa apunta directamente a Cristo, quien en Juan 10 declara: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas”.


Este pasaje no es solo para pastores de iglesias. Todos tenemos alrededor personas que necesitan dirección, cuidado y amor. Todos tenemos la responsabilidad de mirar más allá de nosotros mismos y preguntar: ¿Quién está herido y necesita ser escuchado? ¿Quién está débil y necesita ánimo? ¿Quién está perdido y necesita ser buscado y acompañado?


El verdadero pueblo de Dios refleja el corazón del Buen Pastor. No podemos ser indiferentes a las necesidades de quienes nos rodean.


Un hombre contó que en su infancia tenía una oveja pequeña que se había quebrado una pata. Los demás animales corrían, pero ella se quedaba atrás. El padre de este niño no era un experto pastor, pero tomó a la oveja, le entablilló la pata y la cargaba en sus brazos cada día hasta que pudiera caminar otra vez.


Pasaron semanas de esfuerzo, pero cuando finalmente la oveja sanó, algo cambió: esa oveja no se apartaba de su lado. Donde iba el hombre, ahí estaba ella, siguiéndolo fielmente. ¿Por qué? Porque había experimentado el cuidado, la ternura y el amor de alguien que no la dejó atrás.


De la misma manera, muchos a nuestro alrededor están quebrados: por el dolor, por el rechazo, por el pecado, por la soledad. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a detenernos, cargar con ellos y mostrarles el amor del Pastor?


Ezequiel 34 nos recuerda que la verdadera grandeza de un líder —y de todo creyente— no está en lo que recibe, sino en lo que da. El fracaso de los pastores de Israel fue vivir para sí mismos. La victoria de Cristo, el Buen Pastor, fue dar Su vida por otros.

Hoy Dios nos invita a reflejar ese mismo corazón. No espere que otro lo haga. Mire a su alrededor: ¿hay una “oveja herida” en su familia, en su iglesia, en su trabajo? No la ignore. No se apaciente solo a sí mismo. Extienda su mano, comparta su tiempo, regale palabras de ánimo, busque a quien está perdido.


Porque cuando cuidamos a las ovejas heridas, estamos mostrando al mundo quién es nuestro verdadero Pastor.


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Leer: Ezequiel 34-36; Proverbios 7

¿Qué versículo que ya estudiamos en Ezequiel hace una semana vuelve a repetirse en capítulo 36?